Embruteciendo al votante estadounidense.
Recuerdo el aula en la isla. No era una escuela — era un campo de entrenamiento donde nosotros, los niños cubanos, aprendíamos a obedecer las reglas —las reglas de Castro. Se nos condicionaba a la fuerza a decir SÍ a la revolución y a tachar de traidores a quienes discrepaban.
La historia que me enseñaron estaba mutilada, distorsionada para encajar en la narrativa del poder. El mundo se dividía en NOSOTROS, los buenos, y ELLOS, los malos — una dicotomía simplista y peligrosa que moldeaba cómo nos veíamos a nosotros mismos y a los demás.
Hoy, el poder en Estados Unidos parece decidido a envenenar la educación de una manera similar. La manipulación de la verdad, reescribir la historia y el afán de controlar lo que se enseña — es un patrón que he sufrido en carne propia.
Y créanme: los vicios y la sumisión obediente de mi comunidad cubanoamericana son la prueba viviente de lo que ocurre cuando la educación se tuerce al servicio del poder. Algunos reconocemos las señales de advertencia, pero demasiados de mis compatriotas ya han caído en la trampa.
El peligroso concubinato entre el poder y la educación: por qué eliminar el Departamento de Educación es cuestión de control.

La educación es una herramienta de crecimiento personal, el pilar de una sociedad libre — y, en manos de quienes ostentan el poder, una poderosisima e indispensable arma de control social.
La más reciente intentona por eliminar el Departamento de Educación — atizada especialmente por figuras como Donald Trump — y la retórica que emana de estados como Florida en manos del gobernador Ron DeSantis, no es casual. No es simple teatro político. Forma parte de un esfuerzo más amplio y deliberado por rehacer la sociedad con el objetivo de cultivar ciudadanos obedientes, conformes con las migajas que se les conceden.
El poder de la educación asusta a muchos.
El papel de la educación en la sociedad va mucho más allá de la lectura, la escritura y la aritmética. La educación diseña nuestra visión del mundo, nuestra comprensión de la historia y nos da las herramientas para desafiar la injusticia.
Cuando un sistema educativo se distorsiona para sofocar el pensamiento crítico, es mucho más fácil controlar a la gente. En una democracia, una ciudadanía educada puede exigir cuentas al poder; en una oligarquía o dictadura, una población ignorante garantiza que el poder quede impune.
Por eso importan los ataques al Departamento de Educación. Porque al eliminar o desproveer de fondos a tales instituciones, los líderes no solo niegan a los niños el acceso a una educación integral, sino que también derriban las estructuras sociales que fomentan el pensamiento crítico y libre.
El Departamento de Educación no es solo una entidad burocrática; representa un compromiso con la igualdad de oportunidades educativas para todos los ciudadanos, sin importar su origen socioeconómico. Su destrucción ensancha la brecha — dejando únicamente a los ricos con acceso al tipo de educación que alimenta la innovación y el pensamiento crítico.
El ejemplo de la Florida: las hijas de DeSantis no asisten a escuelas públicas.
¿Por qué habría de importarle al gobernador si Trump cierra el Departamento de Educación? Ni tu congresista, ni tu senador, ni tu empleador se inmutan.
Pensemos en uno de los ejemplos más claros de cómo el poder manipula la educación hoy: Florida — donde el gobernador Ron DeSantis ha impulsado incansablemente políticas que distorsionan la historia para encajar en una narrativa estrecha y peligrosa.
Tomemos, por ejemplo, los infames comentarios de DeSantis sobre la esclavitud durante la promoción de la Stop WOKE Act, una ley diseñada para limitar la enseñanza de conceptos considerados divisivos en las escuelas.
DeSantis, entre otras barbaridades, afirmó que los esclavos se beneficiaban del trabajo forzado porque adquirían habilidades que les servirián más adelante en la vida. Esta declaración no solo es históricamente falsa — es moralmente obscena y expone cómo la educación se convierte en una herramienta de control ideológico. Al distorsionar la historia y difundir estas falsedades, DeSantis no se limita a restringir lo que los estudiantes aprenden. El gobernador moldeando activamente manera en que los estudiantes han de comprender el mundo en función de su agenda política.
Cuando la educación se usa para minimizar el trauma y la inhumanidad de la esclavitud, se desplaza la conversación lejos de las verdades históricas y de las lecciones que transmiten. En lugar de fomentar empatía, comprensión y pensamiento crítico, estas políticas buscan reprimir verdades incómodas y reescribir la historia en beneficio de quienes ostentan el poder. Esto no trata de enseñar a los estudiantes a pensar críticamente — se trata de indoctrinarlos para aceptar obedientement una versión blanqueada de la historis.
Una agenda abarcadora y profunda: encasillar a la gente en distritos y currículos.
DeSantis no está solo. En todo el país, los políticos manipulan las políticas del distrito escolar para limitar la diversidad educativa y restringir la capacidad de los padres de legir a que escuela van sus hijos. Al promover medidas que restringen a qué escuelas pueden asistir los niños — especialmente en estados con una larga tradición conservadora — el gobierno afianza aún más su influencia sobre la mente de los jóvenes.
Cuando a las familias se las obliga a permanecer en ciertos distritos escolares, en particular aquellos con recursos limitados o planes de estudio obsoletos, el poder del Estado sobre el contenido educativo se intensifica. Esto forma parte de un esfuerzo por garantizar que a los estudiantes no se les enseñe a cuestionar el statu quo político o social, sino a aceptarlo. Controlar a que escuela asisten los estudiantes, prohibir asignaturas o reescribir libros de texto, no tiene que ver con educación — tiene que ver con producir una sociedad uniforme, obediente y acrítica.
Más allá del aula: mantener a la sociedad en la oscuridad.
Manipular la educación no se trata solo de reescribir la historia — se trata de fundir una sociedad que acepte la ignorancia como normal y la obediencia como virtud. La eliminación del Departamento de Educación y el afán por controlar lo que se enseña en las aulas se alinean con una agenda más amplia: crear una población sin las herramientas para evaluar críticamente su lugar en el mundo y, por extensión, incapaz de desafiar a la minoría poderosa que lleva las riendas de la sociedad.
Pensemos, por ejemplo, en las narrativas que perpetúan los medios. De la misma forma que medios de prensa turbios pueden distorsionar la percepción pública, un sistema educativo controlado por agendas políticas tan o más turbias asegura que la próxima generación crezca aceptando tales distorsiones como verdades. En ambos casos, el objetivo es el mismo: controlar el flujo de información, suprimir el pensamiento independiente y hacer que la injusticia sistémica parezca inevitable.
Conclusión: la batalla por la educación es una batalla por la libertad.
La educación no se trata solo de ir a las aulas — es un campo de batalla por el futuro. Al enfrentarnos a las intenciones de Trump de eliminar el Departamento de Educación y el esfuerzo de DeSantis por controlar lo que aprenden los niños en la Florida, nos damos cuenta que la lucha es mucho más encarnizada: la lucha es por la libertad. Una sociedad verdaderamente libre depende de una ciudadanía informada y educada — capaz de pensar críticamente, cuestionar la autoridad y exigir justicia. Sin ella, la sociedad se convierte en una línea de montaje de trabajadores obedientes — alimentados con migajas, mantenidos distraídos y demasiado desinformados para exigir algo más.
La batalla por la educación no trata solo de lo que los niños aprenden en la escuela — trata de quién controla la narrativa, quién accede al conocimiento y quién se beneficia al mantener a la mayoría en la oscuridad. Como ciudadanos, debemos preguntarnos: ¿estamos realmente dispuestos a dejar que los poderosos decidan lo que sabemos — mientras nos mantienen distraídos, malinformados y demasiado complacientes como para rebelarnos?