Ni de un lado ni del otro.
Un sistema bipartidista en caída libre.
Y nos están arrastrando con ellos — muy rápido.
El Partido Republicano ha sido una fuerza frustrante durante años. Se ha convertido en el partido de la inacción, la división y, en el peor de los casos, en el que agrava los mismos problemas que finge combatir. Dicen, por ejemplo, que son el partido de todos los estadounidenses, pero cuando aparecen anuncios dirigidos a los jóvenes, en su mayoría no blancos, para que jueguen bingo en sus teléfonos en lugar de repartir periódicos o tener un empleo de verano en un restaurante de comida rápida (Zombies devoradores de cerebros(EN)), los republicanos parecen conformes con ignorar el daño —o peor aún, lo fomentan. La retórica suele parecer una cortina de humo para justificar la inacción, mientras se priorizan los intereses corporativos sobre soluciones reales para la gente. Una cosa es ignorar un problema; otra muy distinta es empeorarlo activamente.
Los Demócratas, por su parte, permanecen en silencio, como si el problema ni siquiera existiera; se han vuelto igual de frustrantes, a su manera. En terminos generales, el partido toma posturas más progresistas, sí, pero el enfoque hacia el cambio a largo plazo se siente apático. Es como si a los demócratas les importara en teoría, pero cuando se trata de acción concreta o de abordar las raíces de problemas sistémicos, el progreso es lento e insuficiente. Hablan mucho, pero a la hora de la verdad, no cumplen.
En pocas palabras, los Demócratas acusan a los Republicanos de estar desconectados de la vida del estadounidense común. Sin embargo, esos mismos Demócratas parecen vivir en otra realidad. De hecho, las elecciones más recientes dejaron algo claro: los Demócratas ni siquiera entienden a su propia base.
Resumiendo, parece que estadounidenses, Republicanos y Demócratas hablan idiomas completamente diferentes.
De independiente a demócrata
Cuando cambié al Partido Demócrata el año pasado, estaba convencido de que ofrecerían el liderazgo audaz necesario para abordar los profundos problemas que enfrenta el país —problemas que los Republicanos parecen más que felices ignorando. Me equivoqué por completo. Los Demócratas, aunque no sean tan abiertamente destructivos como los Republicanos, tampoco están ofreciendo un camino claro hacia el futuro. De hecho están atrapados en el típico pantanal político, donde hacer lo correcto queda en segundo plano frente a la lucha por el poder y la necesidad de complacer a los donantes.
Así que aquí estoy, en la cuerda floja, considerando la posibilidad de volver a ser independiente. No quiero ser parte de un sistema que permite que estos dos partidos sigan peleando mientras nosotros —eso que ellos llaman el pueblo estadounidense— pagamos las consecuencias de su fracaso. Ambos lados prometen mucho, pero cumplen poco. El problema de las apuestas es solo un ejemplo de tantos donde ambos partidos han fallado y ,en el panorama general, la inercia en temas como el cambio climático, la salud pública y la reforma económica dice mucho.
¿Por qué nuestro sistema político nos está fallando de manera tal?
El sistema político falla porque, en esencia, está diseñado y operado por personas con intereses propios, muchas veces desconectados de las necesidades reales de la sociedad. La corrupción, la falta de transparencia y la influencia del poder económico convierten la política en un juego de élites en lugar de un mecanismo de servicio público. Además, los sistemas electorales y legislativos suelen estar diseñados para perpetuar el statu quo en lugar de fomentar cambios genuinos. Cuando las instituciones dejan de representar al pueblo y se convierten en herramientas de unos pocos, la democracia se vacía de significado y la desconfianza en el sistema se convierte en la norma.
Todo lo que he mencionado hasta ahora —los juegos políticos, la inacción, la desconexión entre los partidos— es solo la consecuencia de un problema más profundo: el poder no solo permite que la educación sea un desastre, sino que la necesita así. Un sistema educativo deficiente no es un fracaso accidental, sino una estrategia deliberada. Si las personas no aprenden a pensar críticamente, cuestionar el sistema o exigir cambios reales, se convierten en ciudadanos dóciles y manipulables. Quienes mandan, entienden que una población bien educada es una amenaza para su control, por eso se aseguran de que la educación siga en ruinas.
Rompiendo con la trampa bipartidista.
Esto no se trata de ser pesimista ni de rendirse ante el progreso —se trata de aceptar que el sistema bipartidista nos está fallando. Ninguno de los dos partidos está tomando las decisiones audaces que realmente necesitamos para enfrentar los desafíos de este siglo. Y sinceramente, si ninguno está dispuesto a sacudir el sistema de raíz, quizás es hora de que tú, yo y muchos más comencemos a exigir verdadera rendición de cuentas. No se trata de llenar el país de partidos. Los sistemas con catorce partidos no han demostrado ser más efectivos que nuestro sagrado sistema bipartidista. El cambio real no vendrá de cambiar un partido por otro. Vendrá cuando nosotros nos neguemos a seguir permitiendo que el poder reine sin control.