Anselmo pa' Presidente del CDR.

✍️ por Wilfredo Domínguez English


La historia de Anselmo es real, excepto los nombres de los protagonistas, por supuesto. Espero que, sin extenderme demasiado, logre explicar uno de los muchos vicios con los que crecemos en Cuba y que nos obligan a llegar a extremos inmorales con tal de asegurar el bienestar de nuestras familias.
masa cederista enaldecida
Masa cederista enaldecida.

Fue hace mucho tiempo; yo tendría dieciséis o diecisiete años. El CDR (Comité de Defensa de la Revolución) andaba en crisis por aquellos días.

¡Nos habíamos quedado sin presidente! Y, evidentemente, necesitabamos un primer ministro cederista a la carrera!

Durante los días previos a la inevitable e improvisada elección presidencial, la jefe de vigilancia y demás miembros de la dirigencia cederista solo hablaban de lo mismo. Me imagino que, en algún momento, mencionaron lo que le había sucedido al presidente en desgracia; pero yo jamás me enteré y ni tan siquiera me acuerdo quien rayos era el tipo.

¿Habrían descubierto que el hombre, en realidad, era un traidor?

El ciudadano no tendría que haber vendido secretos militares para ser calificado como tal. Para acusación semejante no hacen falta muchas pruebas en Cuba; basta con que digas que estás cansado de tantos problemas.

En cada cuadra, un comité.

En mi barrio, como en casi cualquier otro barrio del Vedado y Miramar, el CDR no la tenia muy fácil. Mi mamá, mi hermana y yo éramos los sobrevivientes de una familia cuya cabeza, mi padrino, fue, en su tiempo, un personaje importante en el antiguo Sagrado Corazón de Jesús, hoy, González Coro; mis vecinos eran médicos y dueños de una finca en Matanzas; al frente, por la calle lateral, Villaverde, el dentista, tuvo su clínica particular de la cual quedaba milagrosamente la silla dental; su vecino era un famoso doctor, padre de Pepito y Mary, quienes fueron mis amiguitos hasta que se integraron presionados por la madre integrada a su manera; el Dr. Carone, profesor de derecho en la Universidad de la Habana, residía al doblar de la esquina. No era una fauna muy revolucionaria que digamos. Algunos, como mi padrino, se habían largado; pero otros, por una razón u otra, aun andaban por el barrio.

Los descendientes de estos últimos éramos jóvenes y estábamos expuestos a los embates de los vientos revolucionarios. Nuestras familias, como es de suponer, no tenían más opción que integrarse o hacernos pagar las consecuencias.

Tal drama bufonesco no favorecía mucho las elecciones presidenciales y los dirigentes cederistas de turno se rompían la cabeza buscando un candidato a presidente. Mientras eso sucedía, la hora de la verdad estaba más cerca a cada segundo.

Y, por fin, llegó el día.

Aquella noche, caminamos hasta el edificio de la esquina. Allí estaban los sospechosos habituales, incluyéndome yo, por supuesto, que no tenía la menor intención de oír la cantaleta materna sobre la universidad el próximo año.

Como siempre, los asistentes a la reunión cederista andaban concentrados en su chisme muy particular o vendiendo ron o Populares al menudeo, cuando, de pronto, la gritería habitual del cubano se detuvo en seco y...

¿Qué, coño, hace Anselmo aquí?

Dos casas más allá de donde vivía con mi familia, existía un magnífico edificio de tres plantas típico de clase media-alta. En la planta baja, a la izquierda, residían Victoria y su hermana, dos señoras que, para aquella época, andaban por los ochenta y tanto. No recuerdo quien ocupaba el apartamento de la derecha ni, tampoco, a los del segundo piso. En el tercero, en el apartamento de la izquierda, vivían Anselmo y su familia, muy discretos, rayando en ariscos, alejados del barrio y su gente.

Nunca supe a que se dedicaban; pero muy mal no andaban. Para la Cuba de aquellos años, vestían bien y andaban en carro de aquí para allá, cosa que le parecía raro a mucha gente, porque Anselmo, su hija, el marido de la hija y la nieta no eran, ni tan siquiera, miembros del CDR y, tal cosa, en Cuba, es poco menos que un pecado capital.

La nieta de Anselmo, Susana, era una rubiecita gordita,muy graciosita ella, quizá uno o dos años mas joven que yo; estaría, me imagino, en decimo grado. Era una muchacha muy agradable; pero, como la familia, apenas saludaba con una sonrisa y continuaba su camino alegremente.

¡No por gusto los vecinos se sorprendieron al ver a Anselmo aparecerse con las muy claras intenciones de unirse a la masa cederista!

Comienza la reunión.

La patriotica compañera de vigilancia presenta al resto de los dirigentes patrioticos y cederistas y pasa inmediatamente a la orden del día... o de la noche. Estamos reunidos para elegir al nuevo presidente y queremos oír proposiciones.

Lo que vino a continuación no cogió de sorpresa a nadie. Las excusas para negarse a recibir tan alto honor pasaron por juanetes, tías sordomudas, el cuidado de los niños, una abuela esquizofrénica que no podía quedarse sola y así hasta el infinito.

El pánico comenzaba a cundir en la dirigencia cederista, cuando alguien grita: ¡Cállense, que Anselmo quiere hablar!

Como caido del cielo, ahí va Anselmo a explayarse justificando a su familia por no haber comprendido mucho antes la importancia de ser miembros del CDR y...
“Anselmo pa’ presidente”, grita un loco desde una esquina y la masa explota en delirante éxtasis de aplausos y griteria revolucionaria.

“Anselmo presidente, Anselmo presidente, Anselmo presidente””

Ni votación hizo falta…

El tiempo pasa y nos vamos...

...unos pocos años más tarde, me reencontré con Susana, la nieta de Anselmo. Ahí, estaba ella, sonriente, como siempre, pero no frente a mi en los bajos del edificio; estaba ahí... en la pantalla de mi televisor, DESinformando revolucionariamente al pueblo de Cuba durante la emisión nocturna del Noticiero Nacional de Televisión (NTV) .

Anselmo lo había logrado. ¡Su nieta era una periodista importante!